Más de 80 personas con discapacidad intelectual residen en las 14 viviendas de Fundación Personas
Cristina, Begoña, Mercedes y Enrique desayunan, comen y pasan tiempo juntos diariamente en un céntrico piso tutelado en Valladolid. Todos presentan algún tipo de diversidad funcional y conviven con otros cuatro compañeros en una de las viviendas tuteladas de Fundación Personas en la provincia. En ellas, más de ochenta personas cuentan con la oportunidad de ser independientes y tener su propia vida, pero siempre con tutela. Rubén Oliveros es el encargado de supervisar que la vida dentro del piso discurra con normalidad.
Acude todas las tardes para consultar cómo ha ido su día, qué han hecho y ver si siguen el horario de tareas. «Ellos tienen total libertad e independencia, pero venimos los tutores para asegurarnos de que están bien y que no han tenido ningún problema», explica en el piso tutelado.
La existencia de estas viviendas proporciona tranquilidad a las familias de y permite a sus inquilinos integrarse en la sociedad. Se trata de un recurso especializado, destinado al alojamiento, la convivencia y la asistencia personal y social de personas con discapacidad intelectual. Todos los adscritos al programa son mayores de edad y precisan de apoyo, con mayor o menor intensidad, para participar en las actividades de la vida diaria y del entorno en el que se desenvuelven. Javier González, coordinador de viviendas tuteladas de Fundación Personas en Valladolid, pasa por todas ellas para asegurarse de que la convivencia es la correcta. «Muchos tienen plaza concertada por los servicios sociales a través de la Junta de Castilla y León y son las familias las que se encargan de solicitarla», explica. Con un total de 14 viviendas en la provincia, Javier comenta que todos sus integrantes están «perfectamente integrados en la comunidad de vecinos, tienen relación con los comercios locales más próximos y desempeñan sus tareas con total normalidad».
Reparto de tareas
En este sentido, Cristina, Begoña, Mercedes y Enrique explican casi al unísono lo ajetreado de su horario. «Por la mañana me levanto a las siete menos veinte y desayuno rápido para irme al centro ocupacional a trabajar», cuenta Cristina. Entre las tareas que tienen asignadas, cada uno elige la que prefiere y si hay varios que se decantan por la misma el tutor es el que hace de intermediario en la designación. Así, Cristina es ahora mismo la encargada de poner y quitar el lavavajillas, así como de poner la mesa y cocinar algunos días. Enrique tiene asignada la limpieza del pasillo y el comedor y reconoce estar contento, no como cuando le toca ser el responsable de la colada. «Cuando tengo que poner lavadoras me dicen que tardo mucho pero si hay mucha ropa tengo que poner varias, dos o tres, porque no me gusta dejarlo a medias. Además, no es algo que me guste pero si me toca hacerlo lo hago contento», explica sonriente. Él cuenta con andador por los problemas de movilidad que tiene y se permite la licencia de acudir algo después a su puesto en el centro ocupacional, lo que comenta entre risas para chascarrillo de sus compañeros de piso.
Sin quitarse la sudadera del Real Valladolid, Enrique asegura ser del Madrid, pero agradece poder ver los partidos con sus amigos en el bar. Cuando Mercedes se levanta tiene la suerte de compartir desayuno con alguna compañera, y eso le encanta, pero destaca entre sus planes favoritos poder irse al pueblo cada quince días. «Aprovecho para irme y disfrutar de los paseos por el campo, además salgo a tomar algo al bar y allí estoy contenta», cuenta. Sus labores diarias pasan por acudir a su puesto de trabajo, donde etiqueta botellas de vino, empaqueta azúcar o realiza la tarea que le encomienden. Labores que comparte con Begoña, quien asegura disfrutar de su ocupación pero prefiere los planes que hace por la tarde. «Tengo novio y salimos casi todos los días a dar paseos por el Campo Grande o la Plaza Mayor, a veces tomamos un chocolate y con eso nos conformamos», explica. En su habitación, compartida con otra chica, tiene peluches y fotografías, pero destacan los libros y el gran armario en el que guarda su ropa. «Me encanta tener un cuarto tan grande y estoy muy a gusto aquí», cuenta.
Pero quien dentro de poco no va a tener espacio para guardar toda su ropa es Cristina, porque a parte de haber cambiado ella sola la distribución de su habitación, está aprendiendo a coser con una máquina nueva. «Me he hecho una falda que ya he estrenado y todos me han dicho que es muy bonita, ahora estoy pensando en hacerme alguna otra cosa para ponerme en las vacaciones, pero no sé si me dará tiempo», comenta intranquila. Muestra la falda orgullosa y sus compañeros se deshacen en halagos para su creadora. «Es una artista», comenta Begoña. «Además, le sienta fenomenal», añade Mercedes.
Son compañeros de piso, de trabajo, pero también amigos. Y ellos lo recuerdan constantemente porque, además, son una familia unida. Ahora, su ilusión es poder seguir siéndolo muchos años más.